“¡Grande!, gritó una voz entre el público, “en realidad no, pero las grandes esencias
vienen guardadas en frascos pequeños”, contestó un Van Dyke emocionado.
Esto sucedía hacia el final del concierto. ¿Os acordáis cómo empezábamos el artículo
de nuestro blog dedicado al concierto de Van Dyke Parks? Lo acontecido la noche del
martes se nos quedará para siempre grabado en la retina a los apenas 70-80 asistentes
que tuvimos la suerte de pisar la sala El Sol el día de antes de la huelga, casi un mes
antes de que acabe el mundo, menos mal. Sólo al verlo aparecer en una sala que le
recibió con aplausos (antes siquiera de que se sentase en el piano) ya se atisbaba que
lo iba a suceder a continuación sería algo grande, esas cosas se huelen en la atmósfera,
pero claro, tuvimos que esperar a que destapara su tarro, y sí, sucedió.
La “Van Dyke Ensemble” estuvo compuesta por cinco músicos (él incluido): piano,
chelo, contrabajo, arpa y percusiones. Perfectamente engrasados. Todos músicos
españoles excepto el batería (Don Heffington) y el propio Van Dyke, que se encargó
de manejar el cotarro con un tacto y una sensibilidad exquisitos. Las miradas entre éste
y el contrabajo, el benjamín de la banda, fueron deliciosas, entrañables, de lo mejor
del concierto. Eché de menos algo de instrumentación exótica (bongos, marimbas...),
que habrían sido ideales para recrear la tropical atmósfera de esa obra maestra titulada
Discover America (1972), pero en fin, ni en las noches más perfectas puede tenerlo uno
todo. Concierto de poso jazzístico en el que Van Dyke fue desgranando su repertorio
entre divertidas anécdotas, alusiones a sus músicos (con los que parecía encantado), y a
su esposa, a la que aprovechó para mencionar cuando pidió irónicamente al público que
comprase sus discos al finalizar el concierto.
Ambiente respetuoso. Sonido perfecto. Ejecución impecable. ¿Las canciones? Las tiene,
da igual que las revista de jazz, de polka, de calipso o de sevillanas. Cayeron como
caricias, una a una, y un público encantado le recompensaba con intensos aplausos al
terminar cada una. Vocalmente sonó perfecto; sorprendentemente, y a pesar de su vejez,
conserva casi íntegramente la personal voz de sus primeras grabaciones.
Al final del concierto bajó como pudo del escenario y se dio un baño de multitudes.
Eso antes de tocar un par de bises que cayeron sobre la bocina (maldita ordenanza que
declara al distrito centro de Madrid como zona de protección acústica especial). Al
finalizar él mismo decidió bajar pero ya para quedarse con el público. Su público. Una
noche inolvidable.
Diana Mc.
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